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Tenemos que hablar.

La palabra mágica no es abracadabra, ni tampoco por favor, ni siquiera gracias.

Hay tres palabras mágicas: tenemos que hablar.

Es cierto. Si lo hablamos, si hablamos siquiera de la posibilidad de hablarlo, ya estamos en ello, ya estamos arreglándolo, ya el mundo parece que cambia: las sombras se desvanecen, las distancias se acortan, todo parece posible, las cosas tanto tiempo enquistadas empiezan como a querer moverse.

Así que no te lo guardes, no te aísles, no le des la espalda. No hagas bola, que luego es peor. No seas el increíble Hulk. Traga o escupe, pero no hagas bola. No acumules los agravios, las sospechas, lo que consideras injusto, porque luego explotas y te llevas a quién sea por delante.

No lleves las cuentas a rajatabla pero tampoco te calles y, sobre todo, no juegues a eso de “perdono pero no olvido”. Si perdonas es que olvidas, va integrado, en el mismo pack; la cuenta queda a cero. Si no olvidas, si no perdonas, dilo y se habla. No te hinches como un globo porque eso tiene peligro; luego tu silencio se convierte, de súbito, con la gota que colme el vaso, al roce de la aguja que pinche el globo, en un vendaval de reproches, en un huracán de quejas, en un torbellino de represalias. Aunque luego pidas perdón, aunque te arrepientas de lo dicho, lo dicho queda, el insulto, la humillación, el menosprecio… el odio queda. Sí, odias en esos momentos, ya lo creo. Y no estoy seguro de que el amor y el odio puedan compensarse como si fuesen números rojos y negros sobre el libro de balance. Y si no explotas, peor aún: te hace daño por dentro, te corroe, te enferma, te produce tensión, ansiedad, estrés. Te aísla, te convierte en isla.

En el océano, las islas están unidas por el fondo. Piénsalo. No alimentes el odio; no le des pábulo. Tan malo es una explosión como una implosión. Lo mejor es darle salida paulatina y ordenadamente, sin que eso constituya un problema añadido.

Di lo tuyo ahora, a tiempo, con una sonrisa, amablemente, no te lo guardes. Dilo cuando aún estás tranquilo. Dilo. No hace falta que estemos de acuerdo, no es preciso que opinemos igual, no tenemos por qué convencernos de nada el uno al otro.

Ser bueno no es ser pasivo. Ser tolerante no es tragar con cualquier cosa. Aceptar no significa resignarse. Tu opinión importa. Tú importas. Si no fueras importante, por qué ibas a estar aquí?

No tengas miedo. Qué puede ocurrir? No tener miedo significa superar el miedo que uno tiene. Claro que uno tiene miedo. Tiene miedos que conoce y otros que ni siquiera sabe que tiene. Cada vez que notes tu miedo, da un paso al frente. Deja que te abofetee. Permite al miedo que salga y se exprese. Experiméntalo, compártelo, no seas tacaño con el miedo. Invítale. Conviértete en su amigo. Échale el brazo por encima del hombro y dile: “amigo miedo, vamos a hacer esto juntos, tu y yo, claro que sí”.

Tenemos que hablar, de todo esto, de nuestros problemas, de lo que sea.

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