“Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento, ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar lentamente los colores a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Y desde entonces la Náusea no me ha abandonado, me posee.” (La Náusea, J.P. Sartre, 1938).
En ocasiones las malas noticias se suceden en mayor grado de lo normal, sin tregua, sin intercalar algún evento de signo positivo que nos insufle la fuerza necesaria para soportar de pie el embate de los vientos nefastos. Entonces, en esos momentos, miramos al cielo y querríamos ver a alguien a quién poder preguntar por el sentido de todo este sufrimiento encadenado.
De qué depende tener al final de la jornada la sensación de haber perdido el día o de haberlo aprovechado, de haber sucumbido al sufrimiento o de haber gozado del tiempo?
Toda aflicción es, siempre, por uno mismo. Sentirse tranquilo y en paz depende, en gran medida, de nuestra actitud, de nuestra disposición hacia ese objetivo y de la medida en que tengamos integrada esa idea: toda aflicción es, siempre, por uno mismo. En ocasiones, muy a menudo, nos identificamos tanto con la otra persona que creemos sufrir por ella, por sus circunstancias, por lo que nos hizo, por lo que nos dijo, por lo que nosotros le hicimos a ella… Escribe Fritz Perls:
“Yo soy yo y tú eres tú;
yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y
tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres tú y yo soy yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
y coincidimos, es hermoso.
Si no, pocas cosas tenemos que hacer juntos.
Tú eres tú y yo soy yo”.
Por sí mismos, los acontecimientos no nos hacen sufrir. Depende de nuestra elaboración. Unos sufren por nimiedades tanto como otros por auténticas catástrofes. El tamaño del drama no cuenta. Ver la vida como un regalo o considerarla un tormento depende de nosotros. El dolor viene de serie, nos toca a cada uno recolocarlo y darle curso para que no se convierta en un obstáculo insalvable que interfiera a cada momento.
Cuando te golpeas un dedo con un martillo tienes dos opciones igualmente factibles: gritar y revolcarte preso del dolor o respirar profundo y esperar serenamente a que el dolor pase. El acontecimiento es el mismo, el dolor igual; la opción es nuestra.
Aprovechar el tiempo o consumar otro día perdido tiene que ver con asumir o no nuestra cuota de dolor. Si sólo estamos esperando a que pase el tiempo para que se lleve este sufrimiento que ahora nos toca, si esperamos tiempos mejores, si esperamos a que mañana sea más propicio, si esperamos… mientras esperamos la vida pasa. La vida es hoy, con todos los ingredientes, los que nos gustan y los que no. Con la enfermedad de mi hermano, con mi separación, con mi mobing en el trabajo, con mi atasco en la autopista, con mi angustia, con mis miedos, con mi náusea… Aún así, con todo, la quiero, la acepto, y no, no… no hay días perdidos.
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