El Universo impone su propio orden y las cosas se colocan solas, a menudo, sin necesidad de nuestro concurso; pero también es cierto que nosotros podemos ayudar a que las cosas pasen o, al menos, a que las probabilidades de que ocurran de cierta manera aumenten.
Aunque hay sucesos con una más que evidente relación causa-efecto (las probabilidades de aprobar un examen aumentan proporcionalmente a las horas que dedico a su preparación), tal relación no siempre se nos presenta tan evidente e incluso, en ocasiones, no acertamos a saber qué demonios hay que hacer para conseguir algo. Es en estos casos cuando solemos cometer la torpeza de aplicar la fórmula “más de lo mismo” como único recurso disponible para intentar alcanzar nuestro objetivo, cuando parecería más razonable seguir la máxima de “si algo no funciona, prueba otra cosa”.
El motivo de que nos neguemos a aplicar esta segunda fórmula y nos limitemos a insistir en la primera suele ser nuestro convencimiento “experto” de que lo que hacemos es lo correcto, lo que conviene, lo que hay que hacer. Desoímos al sentido común y negamos la evidencia palmaria de que eso que hacemos simplemente no funciona, no da resultado, no nos sirve; los argumentos de nuestro orgullo y cabezonería pesan más que la propia realidad de los resultados.
La propuesta es sencilla: si algo no funciona, prueba otra cosa, lo que sea pero que sea diferente. Da igual si tu método viene avalado por un libro, si te lo ha recomendado tu doctor o si es tradición en tu familia desde hace generaciones. No seas ciego: si no funciona, no funciona.
Imagina una dieta reputadísima, infalible, la dieta que ha hecho adelgazar a todos los famosos de Hollywood, a tu mujer, a tu madre, a tus amigos. Tú llevas meses con ella y no te funciona, no has bajado un solo gramo, hasta parece que estés más gordo… Olvídala! Prueba otra cosa!
No hay reglas mejores para que las cosas pasen ni señales más fiables para saber el camino a seguir que la propia experiencia de uno mismo. Puedes empezar con los sistemas de otro pero tendrás que estar bien despierto para adaptarlos a tu vida o desecharlos por completo si hace falta.
Ninguna fórmula garantiza los resultados. Es inquietante ser testigo de la facilidad con que algunas personas dan consejos a otras sobre su matrimonio, su relación con los hijos, los negocios, lo que hay que hacer y lo que no sobre cualquier aspecto de la vida, con una seguridad tan contundente que me quedo pasmado… Si te equivocas es mejor que sea tu propio error. Yo desconfío de aquel que me da consejos sin que se los haya pedido. Seguro que su intención es buena, no lo dudo, pero a veces temo a esas personas más que a las malvadas.
No hay errores, sólo información que procesar y nuevas experiencias. Si tus intenciones son buenas, qué deberías temer?
Adelante.
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