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Amebas.

Actualizado: 20 nov 2018

Cuando le expuse a un cliente que el secreto para dejar de sufrir era no pensar, me dijo que éramos personas, no amebas. Después de reírnos un rato le dije que tenía toda la razón y que, por tanto, teníamos mucho que aprender de las amebas. Recurrentemente las amebas han salido más en nuestras sesiones…

Nuestro cerebro es una herramienta prodigiosa, extraordinaria, sorprendentemente eficaz… pero una herramienta al fin y al cabo. Debería tener un objetivo instrumental, de ayudarnos, de estar a nuestro servicio; en ese sentido tendría que ser igual que un brazo o una pierna. Deberíamos poder utilizarlo a demanda, cuando queramos, cuando nos haga falta, no siempre, no en toda circunstancia, veinticuatro horas al día… Imagina un brazo o una pierna que no parara de moverse en todo el día, al margen de tus deseos, de tus órdenes… cogiendo cosas, andando, dando palmas…

El cerebro, nuestra mente, debe estar a nuestro servicio, al servicio de nuestra consciencia, y funcionar óptimamente para resolver nuestros problemas, hacernos fácil la existencia y proporcionarnos, en la medida de lo posible, sensación de bienestar. Sin embargo, a menudo trabaja a la contra, jorobándonos, rebuscando motivos por los que sentirnos mal o, simplemente, inventándolos.

Claro que hay que pensar, pero de manera sana y constructiva, focalizando las dificultades reales, constatando hechos, analizando las circunstancias en busca de soluciones, desde la realidad presente… y nada más. Debemos estar atentos para detectar de inmediato el momento en el que nuestro cerebro inicia actividades inútiles, fantasiosas, conspiratorias, paranoicas… para perderse en un laberinto de intrigas, maquinaciones, anticipaciones, recuerdos transformados, temores infundados, interpretaciones sin base, deseos pueriles, ensoñaciones, pensamientos negativos, ideas tóxicas… spam al fin y al cabo, en una analogía con el mundo informático. Entonces hay que saber apagarlo, decirle que se calle, que se detenga, que no siga, que no queremos que nos inunde de esa morralla inservible.

La mayoría de nuestras perturbaciones provienen de sucesos que no existen, que no se dan en la realidad que habitamos, sino solo en nuestra cabeza. De un hecho intrascendente y banal como, por ejemplo, una llamada no recibida o un vecino que no nos ha respondido al saludo, nuestra mente puede, en un proceso de espiral, de pendiente resbaladiza, convertirlo en una perturbación real de consecuencias incalculables.

Seamos personas sencillas. Respetemos el silencio, la paz de espíritu, el devenir de las cosas sin nuestro concurso. Aceptemos las derrotas, las pérdidas, las grandes y también las pequeñas. Pensemos en positivo, dentro de lo posible. Aprendamos a detener nuestro cerebro, igual que apagamos el ordenador cuando ya no lo vamos a usar. Limpiemos de spam, de basura, nuestros circuitos. Usemos una especie de metaconsciencia que supervise qué estamos pensando, que audite en qué estamos invirtiendo nuestros recursos cognitivos.

De nuestros pensamientos se derivan nuestros sentimientos. Intervengamos. No nos dejemos arrastrar a donde no queremos ir. Usemos bien la mejor herramienta que tenemos, nuestro privilegiado cerebro, y sepamos dejarlo en reposo cuando conviene.

Seamos un poco amebas.

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