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Esperando un milagro.

El día ha amanecido ventoso, gris, lluvioso, y tú tienes gripe o alergia o tortícolis o resaca o todo a la vez. Nadie te llamó ayer por tu cumpleaños, nadie!, y las noticias hablan de más atentados, de recesión, de revueltas sociales.

Las cosas van regular tirando a fatal; nada acompaña. Tienes la sensación de que no te salen cartas. Tienes la sensación de que te están haciendo la cama. Tienes la sensación, desde hace tiempo, de que has perdido el control de los mandos. Haces por recordar cuándo fue la última vez que estuviste en racha, que la vida te sonreía, que dabas un salto de la cama al despertar porque cada día era una aventura llena de posibilidades y no había ni un minuto que perder.

No es fácil. Te quedas mirándote al espejo, largo rato, rascándote la cabeza, con la extraña sensación de no saber bien qué está pasando, con la idea absurda de que no conoces a esa persona que se rasca enfrente de ti, con el pensamiento, inquietante, de que dios se ha ido.

Dios no se ha ido. No seas quejica. No compares; si lo haces siempre encontrarás quién esté mejor y quién peor. Si comparas tu vida con las vidas de la tele, estás perdiendo el tiempo. Si comparas con tiempos pasados, simplemente es absurdo: es como hablar de un sueño. Acepta el presente. El presente es justo lo que te rodea, ahora y aquí. Sólo eso. Todo eso.

Esperas un milagro y la esperanza es igual que el deseo, una forma de no vivir el presente, de no aceptar la realidad, una forma de vivir la vida que no es tuya, tu no-vida. En el fondo es una forma de ser desagradecido y también una renuncia; renuncias a este momento, a tu verdadera vida; estás despistado anhelando que pase algo, que llegue algo, algo que no existe, y mientras, mientras esperas, tu vida, tu auténtica vida, pasa. Cuando nos despistamos, nos roban el tiempo. Sí, cuando no estamos plenamente atentos nos hacen trampas con el reloj. Pruébalo si no me crees. Cuando no amas la vida se obra la paradoja: una hora es larga pero un año es corto; de pronto eres viejo.

No lo consientas más. Despierta. Mira a los ojos a ese tipo del espejo y explícale que la vida tiene sentido en sí misma y que no la falta ni le sobra nada. Todo puede mejorar, es cierto, y merece la pena intentarlo, pero hoy, ahora, la vida ya es completa, total, perfecta. Dile a ese tipo que si la considera imperfecta es porque todo el rato la compara con algo, con algún ideal, con la vida de esa estrella de cine, con la vida imaginada, con lo que nos contaron, con el pasado, con lo que decían los libros, con la tele, con lo que “todos” entienden que tiene que ser la vida.

La vida no tiene que ser de ninguna manera; simplemente es de alguna manera, a cada momento, y sólo es así para ti.

Esperas un milagro y puede, estaría bien, que ese milagro se obrara haciéndote comprender todo esto. El milagro es aceptar, cada día, que no hacen falta milagros, que así está bien y que, con esto que tenemos, vamos a seguir caminando, contentos.

Abre el encuadre de tu perspectiva y sonríete.

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