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Adolescencia.

La adolescencia es el periodo de nuestra vida en la que ya no somos niños pero tampoco adultos… Entonces qué somos? Quiénes somos?

El concepto se parece bastante al de crisis, si entendemos ésta como el momento en el que lo viejo ya no vale y aún no se sabe qué será lo nuevo. Es decir, hemos dejado atrás una orilla a la que ya no podremos volver pero aún no alcanzamos la otra, ni siquiera la vislumbramos tal vez…

A partir de este planteamiento, qué cosa que haga un adolescente nos puede extrañar? Su mundo, el mundo entero, está cambiando. Todo se derrumba, nada conocido queda en pie. Su propia identidad, sus emociones, sus interacciones, lo más íntimo, su cuerpo, la imagen de sí mismos, sus esquemas mentales, sus capacidades físicas, su personalidad, sus amistades, su forma de entender y de experimentar, sus hábitos, sus costumbres, sus gustos y preferencias, el sexo, su vida entera, … todo nuevo, todo de golpe, sin manual de instrucciones, sin posibilidad de ensayo, en mitad de la nada, solos en medio de tanta gente que les aconseja con la mejor de las intenciones y les dicen qué deben hacer, qué no, cómo deben sentirse, cómo no…

Recuerdo el día que descubrí, maravillado, que me había convertido en un ser espigado capaz de correr como un diablo en el patio del colegio. De pronto era más alto que mis padres, con una fuerza desconocida en mí, veloz como un tiro. Y sí, las chicas existían, estaban ahí, por todos lados… Y ahora la ropa y la imagen eran importantes, por primera vez!

Los cambios, como cuando bajamos o subimos los peldaños de una escalera, nos hacen inestables, vulnerables, susceptibles a la incertidumbre. Demasiados y de súbito nos pueden llegar a sumir en la entropía pura, en el caos. Si no tenemos donde asirnos, si nada queda inamovible, a qué criterio nos ceñiremos? Cómo deberemos ser, quién será el modelo de referencia? Querremos ser como ese futbolista de moda o como el cantante de Radio Head, o como ese actor de Hollywood o como mi padre o, casi mejor, lo más distinto posible a mi padre, o como el profesor de gimnasia o querremos no parecernos a nadie, ser únicos, irrepetibles y sentirnos tan diferentes que, a la postre, seremos igual que la inmensa mayoría?

Por tanto es una travesía interesante cuando menos; no es extraño que surjan dificultades, problemas de adaptación al contexto cambiante y conflictos de comunicación precisamente con las personas más cercanas y que más deseamos su bienestar y felicidad: los padres.

Este estado novedoso del mundo a los ojos del adolescente, puede volverse hostil como nunca antes. Puede ser algo así como salir de nuevo del vientre materno donde los problemas no existían y volver a experimentar la ruptura del cordón umbilical que nos mantenía unidos a ese universo de confort, placer y seguridad para adentrarnos en un mundo adulto que golpea y abofetea de verdad, en tiempo real, en directo, fuera de las virtualidades inofensivas de los juegos de la Play. Suspensos, fracasos amorosos, decepciones, complejos, frustraciones, temores, incomprensión, aislamiento… cuando no cosas peores. Todos los monstruos apareciendo en escena y presentándose como nuevos compañeros de viaje.

Y cómo podemos ayudar los padres? Qué podemos hacer? Para empezar y como objetivo número uno, no empeorar las cosas. Estar disponibles y ofrecer apoyo visible, pero sin agobiar, sin imponer, sin interferir, sin mutilar, sin castrar y, sobre todo, sin perder la paciencia. Hay que estar atentos al momento en que se pierde la armonía y ahí, recular, bajar las revoluciones, quitar hierro y aportar humor y amor.

Tenemos que intentar establecer una cultura de negociación, de toma de decisiones compartidas, de argumentación inteligente, de respeto por las posiciones de cada uno. Discutir las cuestiones en frío, en el momento y marco apropiados, no a salto de mata, en caliente, atropelladamente. Si desde el principio empleamos nuestros esfuerzos en cultivar un sistema equitativo de dirimir controversias, no solo será más efectivo en el día a día, sino que estaremos educando a nuestros hijos con herramientas útiles que formarán parte de sus recursos personales para toda la vida. Cedemos poder pero puede que ganemos control. Para eso hay que escuchar antes de hablar. Escuchar profundamente, con el deseo franco de comprender al otro; con la intención firme de comprender no sólo sus palabras sino, sobre todo, sus silencios, lo que no dice; su mensaje también entraña sus motivaciones y sus expectativas. Debemos preguntarnos: por qué es importante para él?

Cuando nos toque hablar, después de escuchar, intentaremos hacerlo serena y ordenadamente: “cuando haces esto me siento de este modo por estos motivos... En mi opinión me parece mejor opción esto por lo siguiente: …”

Jamás el viejo adagio que tanto hemos oído y que tantísimo nos frustraba: “se hace esto porque lo digo yo que soy tu madre y sanseacabó!” Inclúyase aquí versiones más modernas y sofisticadas en forma de chantaje emocional: “te digo esto porque nadie te quiere más que yo”, etc.

En fin, cada día es nuevo y tenemos la oportunidad de hacerlo mejor si es que nos quedamos con la sensación de que no hay manera de acertar; lo mejor de todo es focalizar nuestro pensamiento en que son nuestros maravillosos hijos y por eso les amamos y… que se terminará pasando tarde o temprano!

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